O mejor
dicho de Can Sales Menor, o Can Moner, que no es otra que la casa conocida
ahora vulgarmente por el “palacete” donde vive (o vivía si no se lo han quitado,
que no lo creemos) Jaume Matas, un edificio cuya historia se remonta a la Edad
Media.
Pues
resulta que en esta mansión hubo un horrible crimen en el año 1964, exactamente
el 9 de Mayo. Pero antes de contarlo, vamos a hacer un poco de historia sobre
este emblemático edificio de la C/Sant Feliu de nuestra ciudad y sus moradores.
Se sabe
que el edificio de Can Sales Menor fue modificado por Jeroni de Sales entre
1591 y 1602, se ahí le viene el nombre. Cuando la familia Sales se mudó, se
instaló allí una rama de los Cotoner. Es pues un edificio de gran abolengo. Su
portal, con las estatuas de Adán y Eva a cada lado además de unas esculturas de
genios, rostros humanos y una calavera esculpida, le ha valido para ser
retratada por muchísima gente que se para a observarlo. La mansión de Can Sales
Menor había estado en los últimos tiempos habitada sólo en parte, y allí
residía una oficina de las misiones. En su zona posterior se comunica con la
residencia de los Misioneros de los Sagrados Corazones y con la parte trasera
de la Iglesia de Sant Gaietà. Fue precisamente un fraile quien descubrió al asesino
con las manos en la masa…
En Mayo
de 1964 habitaba la casa un militar que se había quedado ciego, Miguel Lacy
Sureda. Le ayudaban una anciana, Coloma Cruellas, que era la dama de compañía
de la Sra. Lacy. Después de tantos años en la casa, la vieja había adquirido un
carácter agrio, autoritario y malhumorado que fue el que le llevó a la muerte,
como bien reconoció su asesino.
Al
militar le pusieron como asistente al soldado Juan Bauzá, un catalán, alto,
atlético, con carácter algo extraño e introvertido, el cual vivía en una
habitación en el entresuelo de la casa, donde estaban las cocinas y la caldera de
la cual él era el responsable. Tal vez por eso comenzó a tener problemas con la
mujer que por lo visto no le dejaba en paz. Las disputas y tensiones entre los
dos eran cada vez más frecuentes.
En la
tarde del sábado día 9 de mayo, mientras el soldado se hallaba descansando en
su habitación, apareció la mujer para reprenderle de nuevo, y éste no pudo
contenerse y cogiéndola por el cuello le produjo la muerte por asfixia. No
sabía lo que hacer con el cadáver y lo escondió debajo de la cama. A primeras
horas de la mañana cogió el hacha de cortar leña en la carbonera y comenzó a despedazar
a la victima metiendo los trozos en dos de sus maletas.
Se hizo
el silencio. La anciana había desaparecido. El militar empezó a preocuparse al
segundo día. Le preguntaba al soldado quien le contestaba no saber nada.
Juan
Bauzá tenía que deshacerse de aquellos despojos y no se le ocurrió otra cosa
que ir quemando cada día unos cuantos pedazos en la caldera. El humo y el olor
a muerto inundaban cada día el barrio de Sant Felíu. Hasta el militar le
preguntó a que se debía aquél olor indicándole que por favor limpiara sus
aposentos.
Al tercer
día el militar le dijo al soldado que le acompaña a poner la denuncia de la
desaparición de Coloma y a la redacción de varios diarios. Colocaron varios
avisos en la prensa con la foto de la anciana: “Desaparecida”.
Juan Bauzá, continuó con la “quema” i el hedor a muerto impregnaba cada día toda la zona. Los vecinos comenzaban a preguntarse que era aquél humo negro que salía de aquella casa que olía tan mal.
Nos
contó el historiador Gaspar Valero que fue un Fraile de los Sagrados Corazones el que al ver el
humo, entró decidido en el patio de la casa (la mansión, como hemos dicho, se
comunicaba con la Residencia de los Frailes) y ni corto ni perezoso quiso saber
qué es lo que se estaba quemando allí. Subió y… sorprendió al soldado con la
cabeza de Coloma en las manos. Fue este fraile quien convenció a Juan Bauzá a
que se entregara.
Cuando
la opinión pública supo lo del crimen, después de haber leído en los diarios la
noticia de la desaparición de la mujer, la opinión pública quedó consternada. Y
desde entonces, los vecinos cada vez que pasaban bajo el siniestro portal, con
sus estatuas mudas y solemnes, evocaban en voz baja la muerte terrible de la
anciana.
Quien
lo diría que al cabo de 60 años, la gente iba a invocar otra cosa al pasar por
delante de Can Sales Menor, no tan trágica, pero igual de repugnante.
Aquest edifici va ser durant anys seu del "Frente de Juventudes"
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