miércoles, 23 de febrero de 2011

EL DIA A DIA DE UN JUBILATA.


¡Jubilación viene de júbilo!, es lo primero que piensas cuando te vas a jubilar. Y comienzas a contar los días que te quedan para llegar a esa fecha tantos años anhelada. Te pones a régimen no sé porqué, ya que toda la vida han estado contigo ese montón de quilos que ahora quieres echarlos de tu cuerpo y vas a hacerte un chequeo médico buscando que no te encuentren nada para comenzar tu jubilación “en perfecta forma”. Y ahí ya viene el primer tropiezo. A nuestra edad ya te imaginas que te pueden encontrar “alguna cosita”, pero no esperas que te encuentren: colesterol, artrosis, hipertensión, vista cansada, obesidad, glucosa, triglicéridos, la próstata alterada, una piedra en un riñón y un quiste en el otro, pólipos en el intestino, piedras en la vesícula biliar, hasta que decides pararte y no acudes a la consulta del cardiólogo y del neurólogo -que habías solicitado cita- porque tienes miedo de lo que te van a encontrar. Comienzas a tratarte todo esto con preocupación,  pero con la ilusión de que al llegar el día anhelado estarás ya todo controladito.

Y continúas esperando que llegue el gran día. El tiempo no pasa y parece que no ha de llegar nunca esa fecha. Pero… ¡voilá! todo llega en esta vida. Y ese día,  tras las despedidas de tus compañeros y la plaquita de plata que te dan tus jefes, te pasa en un plis plas y ya te encuentras en tu casa jubilado después de toda una vida de dedicación al trabajo.

Advierto que este relato es mi experiencia personal, que no tiene porqué coincidir con la de los demás. Algunos se verán reflejados y otros no.

La primera sensación que tienes recién te jubilas es de rareza. Y más cuando tu cónyuge ha de continuar trabajando. Te sientes raro y a la vez ¡libre!. Tienes una sensación de libertad que curiosamente no habías sentido nunca hasta la fecha ya que toda tu vida has estado sujeto a unos horarios, a una rutina diaria, a unas normas y ahora… ¡Pluf!. Estas sólo y has de llevar a cabo lo que habías planeado desde hace ya meses: levantarte a la hora que quieras, hacer deporte, ir con amigos de excursión, ir a ver espectáculos, cine, teatro, leer, pasear, apuntarte a un curso, viajar…en una palabra has de comenzar a organizar tu nueva vida lo mejor posible.

Y comienza tu nueva rutina. Lo primero que te das cuenta es que los planes que te habías trazado…parece ser que no se van a poder realizar como tú deseabas. En primer lugar eso de levantarte de la cama mas tarde de lo habitual, nada de nada. Tu cuerpo está habituado desde siempre a levantarte a las 7’- y resulta que a las 6,30 horas, media hora antes que cuando trabajabas y no sé porqué, ya tienes los ojos abiertos como dos faroles. Tienes que levantarte, porque metido en la cama ¡te pones de los nervios…! ¿Y ahora qué hago? te preguntas, hasta que te vas adaptando a la nueva rutina. Y procuras ir  por partes. Primero despedir a tu mujer que, curiosamente, cada día te deja algunos deberes para hacer en casa, (como si no tuvieras nada más importante que hacer) Después tardas en asimilar que ya nadie “te farà es comptes”. Y lo primero que piensas de buena mañana, es curioso: ¡que voy a comer hoy!, hasta que te das cuenta que acabas de levantarte y no puedes pensar en la comida ya, porque tienes muchas cosas importantes que hacer. Como es hora de desayunar, te preparas un buen desayuno tranquilo. Nada de 4 galletitas de Inca con un poco de café y salir escopeteado como has hecho toda tu vida. No, ahora de jubilado has de cambiar tus hábitos  y comes una o dos frutas (que en tu vida habías comido a esta hora) luego unas tostadas con jamón y queso (que apenas te pasan) y después el cafetito (los desayunos han de ser completitos para el deporte que piensas hacer más tarde). Y después del desayuno te vas al baño. Te cuesta acostumbrarte de que no tienes prisa. Eso de sentarte y en un santiamén levantarte, mirando el reloj ya se acabó. Ahora puedes estar sentado en el trono todo el tiempo que quieras y… allí empiezas a entablar un diálogo mental tu mismo que ya no te va a abandonar jamás. Piensas en cosas que nunca te habías fijado. Un día observas tus manos  que tienen manchitas marrones (esas que salen a los mayores) y que están bastante arrugadas. Piensas lo que has hecho con ellas durante toda tu vida. El tute que les has dado, pobrecitas (¡si pudieran hablar!). También escuchas todos los dolorcitos que tienes… y cada día sentado allí comienzas a pensar en el bolo alimenticio de la cena de ayer noche, como fue pasando de la boca al estómago y después por el intestino delgado, donde el hígado ha chupando lo que ha de filtrar. Piensas para que coño debe servir el páncreas y el bazo (porque no encontrastes en la enciclopedia exactamente las funciones que hacen) hasta que ese bolo sale al intestino grueso y se convierte en caca para después salir aquí donde estoy sentado. ¡Caga el pobre, caga el rico, caga el Rey y caga el Papa! te dices cada día. Qué complejidad conlleva el cagar y tú no lo has sabido hasta que te has jubilado.

Pero bueno, después de la hora diaria del aseo, el baño y tu diálogo mental, estas dispuesto a comenzar las actividades planeadas. Los primeros días te miras la tensión arterial, pero por la angustia que te produce cada vez que lo haces, abandonas este hábito y ¡que sea lo que Dios quiera!.

Ha llegado la hora de hacer deporte. Unos días, caminar, otros ir al gimnasio, otros ir de excursión y otros ir en bicicleta. Los deberes que te deja la mujer: hacer las camas, sacar la ropa de la lavadora, colgarla, dejar la cocina limpia, etc. etc., al principio lo haces a esta hora, pero al cabo de unos días  lo dejas para media horita antes de que venga.

Hoy toca bicicleta. El culot, el casco, las gafas de sol, el jersey de ciclista que te habías comprado antes de jubilarte con toda la ilusión del mundo, solamente te los pones una vez. Después sales normalmente con un simple chandal y sanseacabó (en mi caso ni una sola vez, porque cuando me vi con aquella pinta en el espejo me quité todo ipso facto).  Ahora voy, como he dicho con un simple chandal (y con casco porque es obligatorio aunque te sientes más ridículo…) Pero ¡caramba! que diálogo y dilema tienes contigo mismo cada vez que cojes la puñetera bicicleta, cosa que con las demás actividades deportivas no te pasa, porque puedes “aflojar” y descansar. Yo salgo de casa en un tramo llano, perfecto (incluso voy sin manos mientras me coloco bien el chandal y el casco) hasta que llega el primer repechón… ahí empezamos. Vas cambiando los piñones, añadiendo uno cada vez más grande detrás hasta que pedaleas como si fuera una bicicleta de circo (mueves mucho las piernas pero apenas avanzas)…y ¡vas subiendo!
            - No voy a poder llegar arriba…
            - ¡Sí puedes, aguanta!
            - No puedo, hoy no voy a poder
            -¡Sí puedes cobarde!
            - Joder lo que falta aún
            - ¡Ya falta menos!
            - Pero no termina de llegar y me duele la rodilla derecha
            - ¡Es la artrosis, no hagas caso y sigue!
            - Me cuesta respirar ¡y no fui al cardiólogo!
            - ¡Continúa y si te mueres pues muerto estarás!
            - Cagüendiez con el dichoso repechón…
             Y en ese momento te pasan dos chicas con bicicleta de corredor…¡Zummm!.
            - ¡Jodeeer!
A duras penas logras coronar la cima sin haberte bajado y eso es ¡un gran éxito!. Vaya si lo es. De jubilado estos éxitos te saben a gloria. Te sientes como “Rocky” Ya estás arriba… ahora a respirar y recuperarte del esfuerzo. Vas observando aquellas chicas que se van alejando y les lanzas una maldición (aunque no sabes bien porqué) Continúas pedaleando, subiendo repechones (con parecido diálogo pero ahora diciéndote que si has subido el primero puedes subir este también pese a todos los achaques que estás padeciendo) y bajando hasta que llegas de nuevo a tu casa, después de una horita y media de pedalear. Por hoy ¡ya has cumplido con la actividad deportiva!. ¡Bravo tío!. ¿Qué toca ahora?. Lectura y sudokus.

Después de una larga ducha (placentera y larga ducha como nunca habías disfrutado mientras trabajabas) te sientas a leer un poco y cuando te viene la “modorra” por el ejercicio que has hecho, dejas el libro y te pones a hacer sudokus de dificultad “media”. De cada tres logras terminar uno, bien… Ya es hora de hacerte la comida.

Este es uno de los momentos más agradables del día: hacerte la comida y comer. No haces esfuerzos y disfrutas preparándote lo que quieras. Después te lo comes plácidamente, sin prisas  y…¡como Dios!.

Seguidamente una siestecita en el sofá mirando la tele. Ahí, si eres como yo que nunca he podido dar una cabezadita después de comer, comienzas a darle a la mollera. Piensas en la cantidad de gente que has conocido en esta vida que ya no están. ¡Joder!, hasta 42 conté yo entre amigos, compañeros y familiares. Piensas más o menos los años que te quedan a ti para marcharte -si tienes salud-, pero no es una cosa que te agobie. Todo lo contrario. Cuando te tengas que ir, te vas. Cuando trabajabas te preocupaba más eso. Ahora te resbala. Yo creo que todos, en nuestra situación, lo que vamos es a vivir lo mejor posible el tiempo que nos quede, con salud y alegría y cuando llegue el momento, pues ya estamos mentalizados: ¡bye, bye! Lo importante es tener uno la conciencia tranquila y procurar vivir esos años con salud.

También es curioso, pero de jubilado, te vas poniendo continuamente metas que deseas realizar. Eso que piensan algunos que los jubilados se pasan todo el día a la bartola… ¡qué va!. Te encuentras en disposición de apuntarte a aquél curso que siempre has deseado hacer y no has podido por falta de tiempo y ahora sí que puedes; te hace muchísima ilusión esperar el tiempo que haga falta para ver nacer a tu nieto; te gustaría hacer aquel viajecito… en fin,  eso que dicen que los jubilatas se aburren, nada de nada. La verdad es que disfrutas de cosas de la vida que hasta ahora ni siquiera habías podido imaginar.

Por las tardes vas al cine -jamás habías disfrutado tanto de ir al cine- sin prisas, comiendo tus palomitas, pasando de todos, luego a la biblioteca a leer un poquito y a pasear. Miras la hora y eso sí, tienes que ir a hacer los deberes diarios que te pone tu mujer de la casa. Pero son fáciles de hacer.

Así termina el hoy. Mañana algo será igual pero la mayor parte diferente, ya te encargarás tú de que lo sea. Nada más por ahora, ¡arrevoireee y viva la jubilaçaaao!.

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