Aunque no tanto como las ”Sitjes” de
carboneros, en la Serra de Tramuntana se pueden encontrar bastantes restos de
hornos de cal, donde nuestros antepasados la fabricaban. Unas construcciones
cilíndricas abandonadas en las zonas menos elevadas de la Serra, constituyen
uno de los pocos testimonios que aún hoy se pueden observar de lo que fue la
tradicional industria de la cal.
Dice el Archiduque Luis Salvador en el “Die Balearen: “La cal existe en gran abundancia en el país; se la cuece en el mismo sitio donde la hay y asimismo donde se encuentra con leña abundante para tal menester. Es costumbre cuando se tala o poda un bosque construir en el lugar mismo un horno de cal, de forma ligeramente cónica con muros revestidos de piedras cubiertas con tierra por encima y con una boca más baja, para emplear al instante toda la leña que no merezca la pena ser acarreada. En muchos bosques hay hornos de cal que se emplearon alguna vez en muchos años, y a veces otros que funcionan cada año. Junto a Selva hay hornos que cuecen cal durante todo el año, por lo que pueden considerarse como auténticas fábricas de cal”.
Dice el Archiduque Luis Salvador en el “Die Balearen: “La cal existe en gran abundancia en el país; se la cuece en el mismo sitio donde la hay y asimismo donde se encuentra con leña abundante para tal menester. Es costumbre cuando se tala o poda un bosque construir en el lugar mismo un horno de cal, de forma ligeramente cónica con muros revestidos de piedras cubiertas con tierra por encima y con una boca más baja, para emplear al instante toda la leña que no merezca la pena ser acarreada. En muchos bosques hay hornos de cal que se emplearon alguna vez en muchos años, y a veces otros que funcionan cada año. Junto a Selva hay hornos que cuecen cal durante todo el año, por lo que pueden considerarse como auténticas fábricas de cal”.
Las características especiales de la Serra de
Tramuntana ponía al alcance de los “calciners” todo lo que les hacía falta para
fabricar la cal, en aquellos tiempos tan necesaria para la vida de nuestros
antepasados: la piedra calcárea como materia prima, la leña como combustible
para la cocción y, no menos importante, una orografía en pendiente que ayudaba
en la dura tarea de cargar el horno. La cal se usaba en la construcción como hoy
el cemento y el hormigón: se mezclaba con arena y grava cuya mezcla era un
excelente mortero o “argamassa”.
Por otra parte, la cal era utilizada también
como producto con propiedades reconstituyentes para las personas con
deficiencias de cal en los huesos (los médicos recetaban agua de cal); para el aislamiento térmico de las casas, la desinfección
de cisternas, para blanquear las paredes
y también para salpicar las viñas. De hecho, todas las casas tenían una tinaja
reservada para la cal.
Un horno de cal consistía en una excavación
(olla) tapiada hasta la parte de arriba de la superficie del terreno. Para
producir cal, primero se preparaban los fajos de leña procedentes de la
desmochada de las ramas bajas de los pinos. Luego se extraía la piedra y por
último se transportaban los elementos cerca del horno. Acto seguido, con
grandes piedras se componía una bóveda partiendo de la base interna del horno
dejando unos agujeros entre las piedras para que pudieran pasar las llamas.
Sobre esta bóveda, el resto del horno se llenaba de piedra viva y se cubría con
tierra. El vacío bajo la bóveda se llenaba de leña fina y se prendía fuego. Era
necesario ir añadiendo leña durante un tiempo que variaba entre 9 y 15 días,
llegándose a obtener una temperatura entre 1000 y 1200º C. La producción de
cada hornada era de entre 100 y 150 toneladas de cal que, una vez cocida, se
tapaba perfectamente con carrizo y ramas para evitar que se mojara, ya que esto
la estropearía.
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