El Ergotismo, llamado también
en la antigüedad “Fuego de San Antonio” y en catalán “Mal de Foc”, es una
enfermedad causada por la ingesta de un hongo parásito, el “Cornezuelo”, que
libera la ergotamina de la cual deriva el ácido lisérgico que contamina el
centeno y en menor medida otros cereales.
En la Edad Media, las
intoxicaciones con este hongo eran muy frecuentes, hasta el punto que se
crearon hospitales donde los frailes de la Orden de San Antonio se dedicaban
exclusivamente a cuidar a estos enfermos. Los frailes llevaban hábito oscuro
con una gran “T” azul en el pecho.
Esta enfermedad
epidémica comenzó en Francia en el siglo X y se fue expandiendo por toda
Europa. De muy difícil curación, los efectos que producía en los enfermos el
envenenamiento por el “Ergot” comenzaba con un frío intenso en todas las
extremidades para convertirse después en una quemazón aguda, convulsiones y
contracción arterial, produciendo una
necrosis de los tejidos y la aparición de gangrena que corroía principalmente las extremidades que se volvían negras y
arrugadas, produciendo mutilaciones espontáneas.
Los enfermos sufrían dolores
atroces que les hacía acudir a los templos y plazas públicas llorando y
suplicando remedio para sus males.
No se sabía cómo se contraía la enfermedad
(hasta el siglo XVIII no se asoció la infección al Cornezuelo) y los pacientes
comenzaron a encomendarse a San Antonio por haberse producido algunas
curaciones milagrosas advocando al Santo, lo que hizo surgir una Orden
especialmente dedicada a acoger a estos enfermos.
Bajo esa premisa, y
habida cuenta que en tiempo de la Conquista ya funcionaban en Aragón unos 7
hospitales a estos efectos, el Rey Jaime I concedió en 1230 unos terrenos en la
calle de la Sèquia o Sant Miquel, a los “Canónigos Regulares de San Agustín”,
para que fundaran en Mallorca el hospital para el “Mal de Foc” de “Sant Antoni
de Viana”. Se fundó la Orden, en principio, con siete integrantes (lo
principal, como se verá ya estaba solucionado) pero el hospital tardó medio
siglo en llegar, como atestigua el primer documento asistencial que data de
tres décadas después.
Era corriente ver a los
frailes de Sant Antoniet salir a la calle tocando una campana para pedir
limosna. También es cierto que criaban cerdos para abastecer las necesidades
del Convento y del hospital. Conocidos es
por todos el sorteo que se celebraba anualmente de uno de los cerdos y también de
las “beneïdes” de Sant Antoni.
En 1362, dado el
incremento de la devoción a San Antonio Abad, el convento de “Sant
Antoniet” se fue agrandando, pero no fue hasta 1729 cuando se emprendieron
importantes reformas en todo el edificio. No obstante, en 1756 al encontrarse
en un estado ruinoso, no hubo más remedio que proceder casi a su entera demolición.
Un año más tarde se inició la construcción de la nueva iglesia cuyas obras se
terminaron en 1768.
Esta Iglesia se conserva aún en la actualidad, con sus
catacumbas, donde permanecen enterrados algunos de los frailes que moraron en
ese lugar. También se conserva el claustro del Convento de 1729, ambos
configurados a partir de una planta elíptica.
La Orden de San Antonio
fue suprimida en 1788 por el Rey Carlos III, pasando la Iglesia a depender de
la Parroquia de San Miguel. El actual edificio, de estilo barroco clasicista,
muestra sobre el portal mayor una imagen de San Antonio Abad, con un cerdo y el
fuego de San Antonio a sus pies. Arriba de la fachada figura la “T” de la
Orden.
Según Macià Tomás,
investigador médico, que dedicó su tesis doctoral a mediados de los 90 a este
mal, dice que “En Mallorca nunca hubo Cornezuelo, ni siquiera centeno cultivado
en la Isla ni importado” apostillando que “se creó un hospital para una
enfermedad que no existía en nuestra tierra”. “En cambio, acabaron allí
pacientes con dolencias similares como cánceres de piel, úlceras diabéticas que
no curaban e infecciones crónicas”.
“El hospital del
Convento era muy pequeño con una media de unos 5 pacientes por año” -añade el
investigador- “De ahí que el personal
estuviera formado solamente por un médico, que a veces contaba con la ayuda de
otro facultativo contratado y de un fraile hospitaler”. El “LLibre dels malalts”
contabiliza un total de 537 ingresos en dicho centro entre 1751 y 1850,
habiendo fallecido casi el 55% de todos ellos.
Continúa Macià Tomás diciendo
que prácticamente no se conserva información sobre la terapéutica que se
utilizaba. Sólo una memoria de 1792 –el último paciente ingresó en 1851- recoge
que se utilizaban cocimientos de cebada, ácidos purgantes, tintura de quinina,
apósitos en las partes enfermas o baños para aliviar el ardor. En 10 casos se practicaron amputaciones
consiguiendo la sanación 8 de los 10.
¿Qué sentido tenía
entonces contar en la Isla con aquel centro que conllevó que quedara al margen
de la unificación de hospitales producida en el siglo XV, quedando sólo el
Hospital general? -se pregunta Tomás-. “Se debía a la necesidad de implantar una Orden
que era importantísima en aquél momento y una red hospitalaria que también era
de “clientes”. “De las limosnas que recibían, una parte se quedaba en Mallorca
y otra se iba para la sede central en Viana” -detalla-. “Una suerte de afán recaudatorio que llegó a
superar la caridad con el enfermo” –concluye-.
Y hasta aquí llegamos
con este breve estudio. Una Iglesia y Claustro que pertenece ahora al BBVA y cuyo acceso se halla
restringido.
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