domingo, 27 de marzo de 2011

APUNTES SOBRE LA ECONOMÍA MALLORQUINA EN EL SIGLO XIX.


            Antes de centrarnos en el estudio que nos ocupa, hemos querido averiguar brevemente como evolucionó la economía española de forma general en toda España en el siglo XIX. Y no podíamos encontrar un estudio más breve y conciso para comenzar, que el que figura en el Boletín de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Baleares del 15 de Noviembre de 1904 (nº 130, Año VI). Se trata de un artículo interesantísimo que publicó en la Revista The Wold’s Work el escritor inglés Martin Hume, referido a la situación mercantil, industrial y financiera de España, que lleva por título “Resurrección del comercio español”. Dice así: “El autor inglés pone de manifiesto la evolución que se está verificando en la política española, y como la mayoría de ciudadanos muestran relativamente escaso interés por doctrinas teóricas y prestan cada día mayor atención a las cuestiones económicas.
            El gran impero hispano, dice Hume, se ha derrumbado por la fatal creencia, tanto del gobierno como de los gobernados, de que el dinero por sí solo es riqueza, siendo así de que éste procede realmente de los recursos creados o acumulados por el trabajo.
            Este error, unido a la funesta doctrina de gravar la producción en sus orígenes o fuentes y no en sus frutos cuando está desarrollada y próspera, ha conducido a España a muchos siglos de pobreza; pero así como todo mal grande con el tiempo procurará él mismo su remedio, si en el ínterin no muere el paciente, así los mismos errores y herejías financieras han contribuido en los últimos años a uno de los renacimientos industriales y mercantiles más nobles de los tiempos presentes.
            La balanza comercial contra España, según una autoridad en la materia, durante la decena de 1882-92, ascendió a la enorme suma de 780 millones de pesetas, cantidad que en forma de dinero contante y sonante tenía que salir del país.
            España, además, tiene poco o ningún capital invertido en tierras extrañas y recibe muy poco del extranjero por fletes; de suerte que el exceso del valor de las exportaciones no está compensado por los beneficios obtenidos en el exterior.
            Añadiendo a esto las sumas que tienen que exportarse para pagar los intereses de la deuda exterior y la correspondiente a los créditos del inmenso capital extranjero empleado en España, se comprende que el numerario, primero en forma de oro y después en plata, forzosamente había de disminuir.
            Solamente en el año 1892, salieron del país hasta 42 millones de pesetas en plata, y continuando así las cosas vino la enorme elevación de los cambios.
            El único remedio que se vio entonces, fue aumentar progresivamente y de un modo enorme la circulación del papel moneda y la acuñación de la plata con valor ficticio y, naturalmente, la depreciación de la moneda española fue cada vez mayor.
            Pero la misma gravedad del mal trajo, en parte, el remedio. Lo elevadísimo de los cambios hizo tan costosos los productos industriales extranjeros que el consumo de los similares del país se hizo una absoluta necesidad y esto dio gran impulso a la industria nacional.
            Por otra parte como por la misma razón de lo elevado de los cambios los productos españoles resultaban muy baratos en el extranjero, aumentó considerablemente la exportación.
            Ambas corrientes coincidieron con el mismo efecto, y en el quinquenio 1895-1899 la balanza comercial fue ya a favor de España por primera vez después de cincuenta años”.
            Y tras este preludio que nos resume de forma muy escueta pero magníficamente relatada la situación económica de nuestro país durante el siglo objeto de este trabajo, nos vamos a centrar en nuestro estudio que trataremos también de ceñirlo lo más brevemente que podamos. Por cierto, en el mismo Boletín que hemos citado, existe un curioso anuncio de la “Antigua Casa Roca” de la C/ Lonjeta nº 53 de Palma (Fábrica de libritos de papel para fumar, almacén de papeles y efectos de escritorio) que pone: “Extraordinaria baratura en clases propias para el comercio. Importantes contratos con las fábricas nacionales y extranjeras permiten pueda este almacén  cotizar los precios de sus artículos a precios tanto o más ventajosos que los más importantes almacenes de la península”. Curioso. Pero así quedó escrito y así aún se puede leer.
            De la bibliografía que hemos consultado, podemos deducir que a principios de siglo la agricultura era la principal actividad económica de nuestra isla, y aunque evolucionaba muy lentamente, -los payeses mallorquines prácticamente empleaban las mismas técnicas que en la Edad Media y continuaban con los cultivos tradicionales de siempre (cereales en el Pla y olivera en la montaña)-, poco a poco se fueron dedicando a otros cultivos como la viña, el almendro, el algarrobo, la higuera y la patata. Así, la agricultura mallorquina, primordialmente de secano pasó, a partir  del último cuarto del siglo XIX, de ser una actividad dirigida en general al autoabastecimiento a otra en la que los cultivos se orientaron hacia los mercados exteriores.  Esos cambios que se produjeron en el campo mallorquín, fueron motivados en gran parte como resultado de la parcelación de las propiedades de los nobles. Ello motivó que los nuevos propietarios de las tierras tuvieran mayor interés en hacerla más productiva. Surgieron algunas industrias familiares que se encargaron de fabricar herramientas, útiles y maquinaria para el campo: arados de hierro, prensas para elaborar aceite, bombas para la extracción de aguas, etc. etc.

         Hubo un cultivo, la viña, que se extendió en la primera mitad del siglo XIX y permaneció en auge hasta final de siglo. Este tipo de cultivo, favorecido por el gobierno con una exención de impuestos en 1802 a los viñedos que se sembrasen en ese momento y durante 20 años, fue expandiéndose por toda la isla y más aún después que la filoxera (plaga de un insecto hemíptero parecido al pulgón que ataca las vides hasta matarlas) acabara con la viticultura francesa. Los vinos mallorquines se exportaban a Francia y lugares de ultramar como Cuba y Puerto Rico entre otros, siendo Felanitx y su puerto (Porto Colom) la comarca que vivió con mayor intensidad el auge del vino en Mallorca junto con Llucmajor, lugar por donde entró también la filoxera asolando todos los viñedos y dejando a la isla con una grave crisis (si el lector desea profundizar un pelín más sobre ese tipo de cultivo en Mallorca, puede acudir a la separata que existe en este mismo blog en el presente mes de marzo). Fue entonces cuando la gente del campo no tuvo más remedio que dedicarse a otra clase de cultivo. La almendra, el albaricoque, la higuera y el algarrobo, fueron los cultivos alternativos en los que los payeses se volcaron para poder subsistir.

            El almendro, que en 1860 ocupaba una parte mínima de las tierras de cultivo, comenzó su expansión entre los últimos años del siglo XIX llegando a ser el principal producto de las exportaciones agrarias isleñas que absorbieron los mercados de Inglaterra, Francia y Alemania principalmente. En cuanto al albaricoque, si bien su extensión era muy reducida y localizada, tomó a finales del siglo que comentamos también una importancia económica notable gracias a su exportación a Inglaterra primordialmente y Cuba, donde era muy apreciado en su variedad seca. Del mismo modo, también se incrementaron los cultivos de la higuera y el algarrobo, con vistas a comercializar su producción de cara al exterior.

            El área de regadío, que en 1860 se amplió en la zona de Sa Pobla y Muro gracias a la desecación de la Albufera, a pesar de ser de reducida dimensión, elevó la producción de productos hortícolas encaminados con preferencia al suministro del consumo interior.

            Por otra parte, la ganadería constituía una actividad secundaria y complementaria de la agricultura.  Aparte del ganado dedicado a las tareas agrícolas (caballos, mulos y asnos), el que proveía de carne y leche (ovino, bovino y caprino) era insuficiente, por lo que se tenía que recurrir a la importación aunque la carne no era muy corriente por aquellos tiempos en la dieta de los mallorquines.  Un caso diferente lo constituían los cerdos, que ya eran objeto de una comercialización exterior relativamente importante. El incremento del ganado porcino iba unido a la expansión de la higuera, cuyo fruto constituía su alimentación básica.

            En cuanto al comercio, una vez que Francia ocupó Argelia y erradicó la piratería berberisca, el intercambio de productos agrarios elaborados -aguardientes, aceite, jabón y otros- entre Mallorca y las colonias antillanas, significó hasta el último tercio del siglo XIX una intensa y rentable actividad comercial, atendida por una flota de veleros mallorquines que en sus viajes de regreso traían los productos coloniales (caña de azúcar, tabaco, cacao y café principalmente) para ser vendidos en los puertos del mediterráneo o ser cambiados por cereal. Durante esos viajes, muchos mallorquines se quedaron en aquellas tierras, especialmente en Cuba y Puerto Rico, para instalar allí sus negocios.

            Con relación a la industria, parte de los capitales invertidos en aquellas actividades comerciales y de navegación coloniales volvieron a Mallorca  y fomentaron la creación de sociedades que estimuló las inversiones. La isla comenzó a pasar de tener pequeños talleres -familiares principalmente- o con pocos obreros durante la primera mitad del siglo, a ir evolucionando en el último tercio hacia fábricas que utilizaban máquinas de vapor -especialmente industrias textiles y alimentarias-, de transformación de productos del campo y posteriormente de calzado y vidrio.

            No hay duda de que por medio de esas sociedades se podían reunir los capitales suficientes para poder dar a luz proyectos ambiciosos, alguno de los cuales tuvieron un efecto multiplicador sobre la actividad productiva general. Un claro ejemplo fue la red de ferrocarriles que reanimaría el trabajo en las minas de lignito además de dinamizar tanto el comercio interior como la vida social y económica de los núcleos urbanos por donde pasaba.

            Las industrias del calzado y tejidos incrementaron su producción y aunque el hecho de que el mercado colonial fuese el único donde se exportaba, evidenciaba la extraordinaria fragilidad de nuestras producciones. En efecto, a lo largo de la última década del siglo XIX aquellos mercados entraron en crisis: en el año 1891 los Estados Unidos firmaron un tratado comercial con el gobierno español que les permitía l acceso a la zona, agravándose aún más cuando en 1895 estalló la Guerra de la Independencia que llevaría a la pérdida definitiva de las colonias en 1898. Después de ello, y aunque los nuevos gobiernos de las colonias establecieran los mismos derechos para los productos españoles que para los demás países de Europa y América, el mercado isleño se vio muy perjudicado con excepción del sector del calzado, gracias a la calidad de los zapatos y a los bajos salarios pagados a los trabajadores. De todas formas y como resultado de todo este proceso, numerosas fábricas pusieron fin a su actividad y el binomio paro-inmigración fue un hecho.

            Lemos en la Revista “Scripta Nova” de la Universidad de Barcelona (nº 94-21) 1 Agosto 2002), lo siguiente: “La isla de Mallorca contó durante el siglo XIX con una industria que empleó obreros que compartían la actividad en la fábrica o el taller con las tareas del campo. La isla no ha vivido una gran concentración de fábricas donde quedaran ocupados un número elevado de trabajadores. Las empresas del sector secundario emplearon a pocos obreros por unidad productiva. Así por ejemplo, en el  año 1875 había en toda la isla 2.965 empresas que daban trabajo a 13.845 obreros, esto es más de cuatro trabajadores por centro laboral. Desde el principio del siglo XIX, palma, la capital, se convierte en el principal núcleo de producción y consumo de bienes industriales, los demás núcleos de población quedan afectados por la dispersión industrial. Algunos pueblos se especializaron en diferentes productos, como es el caso de Sóller o Esporlas, que desarrollaron una actividad textil, o Inca y LLucmajor que desplegaron una producción basada en el cuero. La agricultura y la industria no siguieron caminos antitéticos. La industria mallorquina ha estado vinculada a la producción del sector primario y a su vez, el desarrollo del sector primario, especialmente la agricultura, ha estado amparado por la industria”.

            A modo de resumen podemos concluir que en el siglo XIX fueron relevantes las exportaciones del sector alimenticio, principalmente la producción de harina, aceite (que se empleaba entre otras cosas para el alumbrado de los faros de las islas) y aguardiente. La producción de jabón y la industria textil adquirió cierta importancia, sobre todo esta última. El establecimiento de líneas marítimas regulares, tanto interinsulares como entre las islas y la península, propició el intercambio de materias primas para la elaboración y fabricación de productos de muy variado matiz.  Se crearon sociedades mercantiles y desde 1875 la red ferroviaria favoreció los intercambios entre la ciudad y el resto de la isla permitiendo el desarrollo económico de los pueblos, ya que aproximó los productos agrícolas a Palma que era el principal centro consumidor y puerto exportador. Hasta 1891 también tuvo importancia la exportación del vino y aguardientes hacia Francia, hasta que la filoxera acabó con toda la viña mallorquina como había ocurrido años antes con los viñedos franceses.

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