Horacio de Eguía Quintana, nació en Guernica el
15 de abril de 1914. Desde muy pequeño ya demostró su gran afición por el
dibujo y modelado. Comenzó como aprendiz del escultor y profesor de bellas
artes Enrique Amurrio, que le permitió entrara en su taller de Bilbao como
aprendiz durante sus vacaciones de
verano. Por las noches estudiaba en la Escuela de Bellas Artes y su profesor, al ver el talento de aquél
joven entusiasta, recomendó a su padre que le permitiera entrar en el taller
del famoso José Olavarría, continuando
con sus clases nocturnas.
La Guerra Civil rompió todos sus lazos familiares
ya que le encontró lejos de su casa y en el bando contrario donde se hallaba
toda su familia. Sus dos hermanos murieron y el bombardeo de su pueblo, Guernica,
supuso la ruptura total de sus lazos familiares. Su madre (viuda ya desde la II
República) huyó a Francia para morir en
un campo de refugiados.
Horacio, que como hemos dicho se había quedado en
el bando nacional, continuó con sus esculturas y realizó un busto del General
Cabanellas, lo que le sirvió para que este (Presidente de la Junta de Defensa
Nacional) lo acogiera para que realizara diferentes bustos de familiares y
otros personajes, eximiéndole de acudir al frente.
Al terminar la guerra, se encontró sin casa y
sólo y en el hospital de San Sebastián, donde realizaba manos ortopédicas para
mutilados de guerra. Allí conoció a un herido de guerra que era hijo del
Notario de un pueblecito de Mallorca, Sant Joan. Él le convenció para que se
trasladara con él a la isla, y en ese pueblo, con la ayuda de su amigo, montó
un taller que le permitió ganar dinero de una manera fácil, aunque aquél
trabajo no estaba en la línea que él deseaba. El buscaba un trabajo más
artístico y menos industrial, por lo que contactó con el escultor catalán Joan
Borrell Nicolau que tenía un taller en la isla y le convenció para poder
trabajar con él.
Poco después conoció a la mallorquina Catalina
Salvá, con la que se casaría en 1947 y con la que tuvo un hijo.
Debía ser por
los años 50 cuando montó su taller en el número 12 de la calle de Ibiza
(junto a la parroquia de San Sebastián). Era un local grande, con el suelo de
piedras, al fondo del cual había un corral, o patio, con una cisterna.
Compartía este local con un ebanista que se llamaba Salleras de apellido y que
solía realizar principalmente todo el mobiliario para la citada parroquia.
Nosotros éramos sus vecinos. Vivíamos en el número 8. El trabajaba en la parte derecha el citado local donde
recuerdo, había una cubeta de obra de grandes dimensiones llena de barro y unas
repisas llenas de bustos, caras, manos…
Su inicio como retratista le dio un gran dominio
de la técnica en la que supo aflorar sobre el parecido físico, todo el
sentimiento, todo el latido de la persona representada. Mi familia hemos podido
dar fe de ello.
Cierto día de 1954, llamó a casa para hablar con
mi madre. Tenía que hacer un monumento a la Beata Santa Catalina Thomas, y se
había fijado en mi hermana, Maria, para que le hiciera de modelo. Mi hermana
tenía por aquél entonces 10 años.
La Beata siempre había sido representada como
monja, pero Horacio, de forma novedosa, la quería realizar como una niña, porque
consideraba que conectaba mucho más con la imagen popular transmitida en
canciones y leyendas. Mi madre convenció a mi hermana para que, vestida de
payesita, acudiera con ella día tras día a su taller para ponerse en una pose
contemplativa mirando cómo se había caído
un cántaro de agua al suelo. No fue fácil aquello, pues el aburrimiento hacia
mella en mi hermana y sólo por el carácter dicharachero y bromista de Horacio y
las palabras de ánimo de mi madre, pudo terminar su obra con aquella modelo. Me acuerdo que nos quedamos sorprendidos
todos con el enorme parecido. Aún, cuando vamos a Valldemossa y la vemos, nos
sorprende de gran manera.
Las esculturas de Eguía reflejan siempre belleza,
bellas proporciones y armonía de líneas. Como aprendió de su maestro Joan Borrell
Nicolau, solía repetir que lo importante de una escultura es que “plante bien”
y estén los volúmenes en su sitio.
Hablando de esto último, recuerdo que pasados
unos años, cuando el bum turístico hacía mella en la Isla, a Horacio le llovían
las peticiones para realizar esculturas para los establecimientos hoteleros de
lujo. Tenía un encargo para realizar una bailarina de ballet para el antiguo hotel “Bahía Palace”. Y
volvió a contactar con mi madre para que mi hermana Maria le hiciera de modelo.
Por aquél entonces mi hermana iba a clase de ballet y debía tener pues unos 16
o 17 años. La imagen que quería realizar era una bailarina de ballet vestida
con el tutú clásico y con una pose de puntillas realizando una determinada
figura. Accedió mi madre y luego también
mi hermana, pero aquello de ponerse en la plataforma con aquél mini tutú no le
hacía mucha gracia. Fueron muchos días los de posar. Primero los brazos,
después, el rostro, el torso, el tutu y vinieron las piernas…¡Ah amigo!. Horacio
la exigía que aguantase cuanto pudiera de puntillas mientras él iba tocando su
musculatura para plasmar enseguida aquél músculo en el barro, las pantorrillas,
las rodillas y… los muslos. ¡Alto ahí!, debió decir mi hermana, porque a mi
madre le dijo que no quería volver más porque Horacio “le tocaba” los muslos.
Mi madre muerta de risa se lo contó a Horacio y éste le dijo que debía hacer
esto para poder plasmar exactamente las elongaciones y contracciones de la musculatura
de las piernas. Hablaron los dos con mi hermana y Horacio la convenció
diciéndola que ya le faltaba muy poco parta terminar la obra y que mientras
tanto mi madre estaría presente en la modelación. Mi hermana accedió con mi
madre contemplando como aquél magnífico escultor tocaba con las puntas de sus dedos los muslos de mi hermana y luego trasladaba aquellos músculos exactamente igual al barro de su
obra…
Aquella estatua estuvo expuesta en el Hall del mencionado
hotel hasta que cerró sus puertas. Ahora ignoramos dónde está aquella magnífica
estátua.
Decían sus críticos que “en sus esculturas no hay
posturas exageradas, ni movimientos estridentes”. Y él añadía que las figuras
que intentan captar movimiento “son las que más quietas están”.
Sus analistas manifiestan que con el paso del
tiempo las líneas se fueron simplificando, se eliminaron cada vez más detalles
superfluos hasta llegar a una simplicidad máxima dentro de un realismo. Todo
ello dentro de un proceso sincero y personal sin dejarse influir por nuevos
estilos y modas. En su diversa obra hay gran abundancia de tema religioso,
visto bajo una postura postconciliar, que requiere un nuevo tratamiento y
alejarse de imágenes sombrías, atormentadas y tristes. Los rasgos adolescentes
de sus vírgenes, el cuerpo atlético y vigoroso de los cristos, sus caras
apacibles y serenas, los dotan de humanidad y proximidad, alejándose de la
estética atormentada y recargada de momento.
Horacio falleció en Palma el 15 de enero de 1991.
E.P.D.
Algunas obras que nos ha dejado Horacio
Conocí personalmente a Horacio d Eguía en el despacho d unos abogados amigos d mi padre y el día q me casé en 1964 me regaló un cuadro d un bonito ramo d flores en un jarrón q aún conservo.
ResponderEliminarEra un hombre delgado y con un bigotillo muy fino, pero encantador y muy educado, le recuerdo con cariño.
En casa mi padre hablaba mucho de Horacio de Eguía, que había venido a comer a casa de mis abuelos en varias ocasiones pues mi abuelo fue una especie de mecenas artistico. El busto de chopin que figura en el museo se la cartuja de valldemossa es de su maestro borrell nicolau. Gracias por el post
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