Antes de centrarnos en el estudio que nos ocupa, hemos querido averiguar brevemente como evolucionó la economía española de forma general en toda España en el siglo XIX. Y no podíamos encontrar un estudio más breve y conciso para comenzar, que el que figura en el Boletín de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Baleares del 15 de Noviembre de 1904 (nº 130, Año VI). Se trata de un artículo interesantísimo que publicó en la Revista The Wold’s Work el escritor inglés Martin Hume, referido a la situación mercantil, industrial y financiera de España, que lleva por título “Resurrección del comercio español”. Dice así: “El autor inglés pone de manifiesto la evolución que se está verificando en la política española, y como la mayoría de ciudadanos muestran relativamente escaso interés por doctrinas teóricas y prestan cada día mayor atención a las cuestiones económicas.
El gran impero hispano, dice Hume, se ha derrumbado por la fatal creencia, tanto del gobierno como de los gobernados, de que el dinero por sí solo es riqueza, siendo así de que éste procede realmente de los recursos creados o acumulados por el trabajo.
Este error, unido a la funesta doctrina de gravar la producción en sus orígenes o fuentes y no en sus frutos cuando está desarrollada y próspera, ha conducido a España a muchos siglos de pobreza; pero así como todo mal grande con el tiempo procurará él mismo su remedio, si en el ínterin no muere el paciente, así los mismos errores y herejías financieras han contribuido en los últimos años a uno de los renacimientos industriales y mercantiles más nobles de los tiempos presentes.
La balanza comercial contra España, según una autoridad en la materia, durante la decena de 1882-92, ascendió a la enorme suma de 780 millones de pesetas, cantidad que en forma de dinero contante y sonante tenía que salir del país.
España, además, tiene poco o ningún capital invertido en tierras extrañas y recibe muy poco del extranjero por fletes; de suerte que el exceso del valor de las exportaciones no está compensado por los beneficios obtenidos en el exterior.
Añadiendo a esto las sumas que tienen que exportarse para pagar los intereses de la deuda exterior y la correspondiente a los créditos del inmenso capital extranjero empleado en España, se comprende que el numerario, primero en forma de oro y después en plata, forzosamente había de disminuir.
Solamente en el año 1892, salieron del país hasta 42 millones de pesetas en plata, y continuando así las cosas vino la enorme elevación de los cambios.
El único remedio que se vio entonces, fue aumentar progresivamente y de un modo enorme la circulación del papel moneda y la acuñación de la plata con valor ficticio y, naturalmente, la depreciación de la moneda española fue cada vez mayor.
Pero la misma gravedad del mal trajo, en parte, el remedio. Lo elevadísimo de los cambios hizo tan costosos los productos industriales extranjeros que el consumo de los similares del país se hizo una absoluta necesidad y esto dio gran impulso a la industria nacional.
Por otra parte como por la misma razón de lo elevado de los cambios los productos españoles resultaban muy baratos en el extranjero, aumentó considerablemente la exportación.
Ambas corrientes coincidieron con el mismo efecto, y en el quinquenio 1895-1899 la balanza comercial fue ya a favor de España por primera vez después de cincuenta años”.
Y tras este preludio que nos resume de forma muy escueta pero magníficamente relatada la situación económica de nuestro país durante el siglo objeto de este trabajo, nos vamos a centrar en nuestro estudio que trataremos también de ceñirlo lo más brevemente que podamos. Por cierto, en el mismo Boletín que hemos citado, existe un curioso anuncio de la “Antigua Casa Roca” de la C / Lonjeta nº 53 de Palma (Fábrica de libritos de papel para fumar, almacén de papeles y efectos de escritorio) que pone: “Extraordinaria baratura en clases propias para el comercio. Importantes contratos con las fábricas nacionales y extranjeras permiten pueda este almacén cotizar los precios de sus artículos a precios tanto o más ventajosos que los más importantes almacenes de la península”. Curioso. Pero así quedó escrito y así aún se puede leer.
De la bibliografía que hemos consultado, podemos deducir que a principios de siglo la agricultura era la principal actividad económica de nuestra isla, y aunque evolucionaba muy lentamente, -los payeses mallorquines prácticamente empleaban las mismas técnicas que en la Edad Media y continuaban con los cultivos tradicionales de siempre (cereales en el Pla y olivera en la montaña)-, poco a poco se fueron dedicando a otros cultivos como la viña, el almendro, el algarrobo, la higuera y la patata. Así, la agricultura mallorquina, primordialmente de secano pasó, a partir del último cuarto del siglo XIX, de ser una actividad dirigida en general al autoabastecimiento a otra en la que los cultivos se orientaron hacia los mercados exteriores. Esos cambios que se produjeron en el campo mallorquín, fueron motivados en gran parte como resultado de la parcelación de las propiedades de los nobles. Ello motivó que los nuevos propietarios de las tierras tuvieran mayor interés en hacerla más productiva. Surgieron algunas industrias familiares que se encargaron de fabricar herramientas, útiles y maquinaria para el campo: arados de hierro, prensas para elaborar aceite, bombas para la extracción de aguas, etc. etc.