Os acordáis del Solpàs?.
Era aquel acto religioso que se celebraba por Pascua casa por casa a las que acudía
el rector de la parroquia a la que pertenecían acompañado por dos monaguillos,
uno que portaba el acetre con el agua bendita y el hisopo para la ceremonia, y
otro con una cesta para recoger las monedas que cada casa donaba al sacerdote
en agradecimiento a su visita para bendecirles (nos referimos al solpàs de los
años 60).
Y es que el solpàs que
vivimos nosotros en los años mencionados y ahora ya desaparecido (salvo en algún
que otro pueblo que aún se celebra) venía de la costumbre judía de pintar con
sangre las puertas de sus casas para librarlas de las plagas de Egipto.
Esta ancestral costumbre
fue adoptada por el cristianismo y al principio consistía en bendecir agua en
la pila bautismal y un montoncito de sal (ésta como elemento purificador) al
que se le añadía una vela en el centro. Una vez bendecido, se mezclaba el agua con la sal y con ella se
acudía por el rector y sus vicarios a bendecir los establos y casas del núcleo
parroquial para librarlas de enfermedades, espíritus y mala suerte.
Es curioso como este
rito antiquísimo fue cambiando con el tiempo hasta llegar a desaparecer. En un tiempo se llegó a usar como un “control”
parroquial para saber si todos los feligreses se habían confesado en la
Cuaresma. Al irse a confesar, se les daba un “comprobante” a cada uno que
debían entregar al párroco cuando éste visitara su casa. Un monaguillo iba avisando casa, por casa,
diciendo que venía el “Salpàs”
(antiguamente así lo llamaban) y que abrieran las luces de la casa. Al llegar el
párroco comprobaba que todos los miembros de la morada estaban allí de pié
haciéndole entrega cada uno del comprobante de haberse confesado, comprobante
que iba insertando en un alambre el otro monaguillo mientras el sacerdote
procedía con la ceremonia.
Esta costumbre fue cambiando
con el tiempo y en los años 60 se había dejado de exigir el comprobante
confesional y se cambió el hilo por una cesta de esparto que llevaba otro
monaguillo para recoger las limosnas que todo feligrés entregaba.
Éramos dos monaguillos (vestidos
con sotana y roquete) los que acompañábamos al párroco que iba también con su roquete
y estola por todos los barrios a bendecir las casas. Un monaguillo iba tocando
casa por casa y piso por piso diciendo: “Solpàs encender la luz”. Me acuerdo que
la gente se apresuraba a encender las luces mientras esperaban al párroco que,
con el otro monaguillo que portaba la cesta en la que llevaba una botella de
agua bendita para ir rellenando el acetre, se paraba en cada casa y tras
saludar a los moradores decía unas palabras mientras bendecía con el hisopo desde
la entrada la morada. Luego se despedía y el monaguillo abría la cesta y
recogía el donativo que la gente siempre entregaba.
La
cantidad de monedas que recaudábamos era tal, que el peso de la cesta se hacía insoportable
hasta el punto que de regreso a la parroquia íbamos los dos monaguillos
llevándola asa por asa.
Una moneda de duro era
nuestro “sueldo” por acompañar al Sr.Párroco a visitar las casas.
Qué tiempos aquéllos.
Hay un artículo de Mn. Antoni Mª. Alcover sobre el Solpàs en Mallorca “Corema, Setmana Santa i Pasco” que
aconsejamos leer a los que tengan curiosidad sobre el tema. Muy interesante.
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